Las adicciones, más allá del consumo de sustancias o conductas repetitivas, suelen ser intentos de aliviar o evitar el dolor emocional. Detrás de una persona adicta, pueden esconderse varias heridas emocionales profundas.
Herida de abandono: La persona puede haber experimentado una sensación persistente de soledad o desprotección en su infancia o adolescencia, generando una necesidad constante de llenar un vacío emocional.
Herida de rechazo: Cuando alguien ha sentido desde muy temprana edad que no era deseado, aceptado o valorado, puede desarrollar baja autoestima y buscar la evasión a través de adicciones.
Herida de humillación: Haber sido avergonzado, criticado o ridiculizado puede llevar a una sensación de indignidad o vergüenza tóxica, que se intenta silenciar con el consumo o conductas compulsivas.
Herida de traición o deslealtad: Si hubo figuras importantes que rompieron la confianza (como un padre infiel o incumplidor), la persona puede desarrollar dificultades para confiar y sentir seguridad emocional, buscando consuelo en la adicción.
Herida de injusticia: Haber crecido en un ambiente rígido, frío o excesivamente exigente puede generar frustración, rabia contenida y una desconexión emocional que se canaliza a través de conductas adictivas.
Trastornos de apego: Una conexión emocional inconsistente con los cuidadores en la infancia puede dificultar la regulación emocional, lo que hace que la persona busque alivio rápido en estímulos externos.
Experiencias traumáticas no resueltas: Abuso físico, sexual, emocional o negligencia son eventos que marcan profundamente y que muchas veces se “anestesian” a través de una adicción.