Antes veía la enfermedad como un fallo del cuerpo, algo malo que había que eliminar, controlar o suprimir. Ahora la entiendo como una respuesta inteligente, coherente y biológicamente programada, que el cuerpo activa para adaptarse y sobrevivir a una experiencia emocional inesperada y no resuelta.
Hoy, cuando escucho la palabra “enfermedad”, ya no pienso en algo que hay que combatir, sino en algo que hay que comprender. Me pregunto:
¿Qué parte de mí está pidiendo ayuda? ¿Qué experiencia no fue digerida? ¿Qué está intentando reparar mi cuerpo?
Me siento más conectada con mi biología, más compasiva conmigo misma y con los demás. Ya no solo busco “curarme”, sino entenderme. La enfermedad se convierte en una maestra, en una oportunidad de reconciliación interna, y en un puente entre el cuerpo, la mente y el alma.