Quiero compartir cuál es el alimento que más confort me brinda y cómo lo relaciono con mis emociones y vínculos parentales.
Me siento atraída tanto por lo salado como por lo dulce, aunque sin caer en excesos. Disfruto de una buena comida con sal, con gusto y sazón, porque me conecta con el placer de estar viva. También me permito, de forma ocasional, disfrutar un helado o una torta, lo cual me genera una sensación cálida y reconfortante.
Desde la mirada emocional, lo salado está relacionado con el padre, con la fuerza para tomar la vida. En mi historia, papá estuvo presente, pero muchas veces sentí que a la vida le faltaba sabor, impulso, dirección. Hoy reconozco esa falta, pero también la he integrado con amor y consciencia; por eso, puedo disfrutar de lo salado sin que me lleve al vacío de esa antigua emoción.
Lo dulce, por su parte, se asocia con la madre y con la necesidad de amor y contención. Hubo momentos en los que esa dulzura faltó en mi vida, y por eso también me sentí atraída a buscarla en ciertos sabores. Pero con el tiempo comprendí que esa carencia ya no me define, porque he aprendido a darme ese amor que un día necesité.
En resumen, al consumir tanto alimentos salados como dulces, no me dejo arrastrar por las emociones de carencia que un día viví. Hoy puedo disfrutarlos con equilibrio, porque ya no estoy buscando llenar un vacío: estoy nutriéndome desde un lugar consciente, amoroso y reconciliado. Integro lo que viví, reconozco lo que transformé, y agradezco lo que soy hoy.