Tuve una niñez y adolescencia algo rocosas, porque hasta el día de hoy, digo las cosas como las pienso. Me afectaba antes ese rechazo, no solo de mi familia, sino de otras personas que me callaban, ‘por qué dices eso??’ Y yo decía ‘pues porque es lo que siento’. Siempre he pensado que es hipócrita pensar una cosa, decir otra y actuar de otra. Tiene que haber una coherencia. Si alguien no me cae bien (la verdad no es común) no voy y saludo con un beso. Esa no soy yo. Si estoy triste lloro. Mi mamá me decía ‘ay ya vas a llorar otra vez’. Mi papá fue clave en mi crecimiento, porque él me entendía. Me decía ‘es que eres una persona sensible, y eso está bien’. Pero cuando estaba chica no lo entendía, solo me veían feo porque decía lo que veía, y la gran mayoría de las veces es una verdad cruda, o reaccionaba con enojo a algo que no me gustaba, . Pero luego encontré gente en el camino que valoraba mi transparencia, y mi autenticidad. Y mis intenciones siempre soy buenas, pero muchas veces la gente está parada en el juicio y listas para atacar sin siquiera preguntar. Esa gente ya no me preocupa. Estoy consciente de quién soy y de que está en mis manos cambiar lo que no me gusta de mi. Por eso creo que crecí con apego evitativo, porque en mi casa no se hablaban las cosas. Mi mamá es de esas personas que cuando se enoja, aplica la ley del hielo. Cómo me hubiera gustado que ella hablara conmigo como yo hablo con mis hijos. Como toda familia tenemos altas y bajas y desacuerdos, pero en general hay buena comunicación. De repente me cacho repitiendo patrones, inevitablemente, pero me fuerzo a no hacerlo.