Erick Laparra G45 DBG45E3971

Definitivamente, cambia mucho para mi. Al principio puede resultar hasta chocante la idea de que lo que llamamos “enfermedad” en realidad sea parte de un proceso de sanación natural. Va totalmente en contra de lo que nos han enseñado desde pequeños. Pero cuando uno lo piensa bien… tiene mucha lógica. El cuerpo no se equivoca. Millones de años de evolución lo respaldan. Lo que sí parece ser un gran obstáculo es nuestra mente: a diferencia de otras especies, nosotros tenemos la capacidad de interpretar las cosas, darles significado, preocuparnos, proyectarnos… y todo eso puede interferir con ese proceso biológico que ya está programado para ayudarnos.

Me hace pensar mucho en la arrogancia del ser humano: queremos controlar absolutamente todo, incluso los mecanismos naturales de curación. En lugar de confiar en la sabiduría del cuerpo, nos enfocamos en suprimir síntomas, buscar soluciones rápidas y evitar sentir. Lo más interesante de todo es darme cuenta de que incluso la medicina moderna, que ha hecho cosas maravillosas, muchas veces se enfoca más en “apagar alarmas” que en entender por qué se activaron en primer lugar. Se nos ha enseñado a ver la fiebre, el dolor o la inflamación como el enemigo, cuando en realidad podrían ser señales de que el cuerpo está haciendo su trabajo.

La verdad… después de esto, ya no sé ni cómo llamarle a las enfermedades, jajaja. Me queda claro que hay una nueva forma de verlas, y aunque todavía tengo mucho por aprender, algo dentro de mí ya no puede mirar los síntomas con los mismos ojos de antes.

Cuando leí la pregunta, lo primero que pensé fue: ¡Tendríamos adultos más conscientes! Casi que me imaginé un futuro utópico lleno de gente que respira profundo antes de reaccionar, que entiende que todo fluye y refluye, y que no se toma nada personal porque todo es mente.

Pero después me entró la duda (como suele pasar cuando uno se queda pensando más de la cuenta): ¿y será que a los 10 años realmente tenemos el criterio para entender algo tan profundo? O peor, ¿será que al enseñárselo tan temprano, lo terminan repitiendo como loritos sin que les cale de verdad? Me vino a la cabeza esa frase que dice que “los maestros y las lecciones llegan cuando estamos listos para recibirlas”. Y pensé: capaz estas leyes son de esas que uno solo entiende después de haberse estrellado unas cuantas veces contra la vida.

Entonces seguí reflexionando y llegué a una especie de punto medio que me gustó más: puede que un niño no lo entienda con la profundidad que lo haría un adulto que ya pasó por pérdidas, frustraciones, amor, desamor, etc., pero eso no significa que no pueda sembrarse la semilla. Quizá no integren la ley de polaridad después de su primer berrinche por no tener el juguete que querían, pero sí pueden empezar a entender que hay ciclos, que las emociones cambian, que no todo es para siempre. Es como darles un mapa antes de que empiece el viaje. Puede que no sepan leerlo del todo, pero cuando se pierdan… al menos van a tener algo a lo que volver.

Así que al final mi conclusión es esta: sí, puede ser que no la interioricen de inmediato, pero tener ese lenguaje desde pequeños puede marcar una gran diferencia a largo plazo. Y aunque tal vez no eviten todas las caídas de la vida (porque, vamos, ¿quién las evita?), sí podrían entender mejor para qué sirven esas caídas cuando lleguen. Sembrar la idea desde temprano no garantiza que florezca al día siguiente, pero sí asegura que, cuando el alma esté lista, ya haya algo ahí adentro que pueda brotar.