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  • Paola Edith Mariño Campos – DP3800

    Tengo 24 años. He identificado en mi vida varios ciclos marcados por bloqueos, miedos heredados y frustración de proyectos importantes, sobre todo en relación con mi cuerpo, mis estudios y mis relaciones amorosas.

    Desde hace varios años presento síntomas de cistitis intersticial, una condición que me afecta en lo físico pero que también ha sido una guía para revisar cómo he vivido emociones como la frustración, la impotencia y el no sentirme escuchada o con permiso para avanzar. He notado que los brotes más intensos coinciden con momentos clave donde intento crecer, tomar mi lugar, o recuperar proyectos personales.

    A los 18 años comencé la universidad (psicología en el ITESM) con mucha ilusión. Pero por una fuerte crisis económica familiar tuve que abandonarla, lo cual me generó una profunda sensación de pérdida, desvalorización e impotencia. Sentí que todo mi esfuerzo no había sido suficiente. A los 24 años retomo este camino por mis propios medios, pero al hacerlo se reactivan los síntomas físicos. Me doy cuenta de que mi cuerpo tiene registrada esta frustración: como si al intentar avanzar, otra vez algo pudiera interrumpirme.

    Mi mamá me tuvo a los 22 años. Ella siempre me habló con miedo del embarazo, al punto de que desde adolescente me repetía que si alguna vez decidía tener relaciones, tenía que ser con alguien vasectomizado sí o sí. Ese mensaje quedó muy grabado en mí y retrasó mi vida sexual: no comencé sino hasta los 23. Curiosamente (o inconscientemente), mi actual pareja ya estaba vasectomizado cuando lo conocí. Fue como si mi inconsciente hubiera “asegurado el permiso” para poder vivir esa experiencia sin activar el miedo heredado.

    Mis padres nunca se casaron. Vivieron en unión libre marcada por muchas infidelidades, tanto de parte de mi mamá como de mi papá. Crecí viendo relaciones inestables, con secretos, discusiones y distancias emocionales. En mis relaciones tiendo a comprometerme mucho, incluso a sobreesforzarme para que las cosas funcionen. He notado que hay un patrón de fondo donde siento que tengo que “hacer que la relación funcione” aunque eso implique dejarme al final.

    Ciclo observado (6 años)
    – A los 18: corte del proyecto académico, frustración, inicio de fuerte malestar físico.
    – A los 24: intento de recuperación del mismo proyecto (la universidad), reaparecen los síntomas físicos y emocionales.
    – Entre esos dos puntos: muchas pausas, espera, silencios y sacrificios personales por la situación familiar.

    Patrones:
    “Si algo es para mí, se bloquea, algo lo detiene o lo tengo que luchar sola.”
    “Solo puedo avanzar si no represento un riesgo para los demás.”
    “Si quiero vivir mi deseo, debo asegurarme de no dañar a nadie.”
    “Si me suelto, me puede pasar algo malo”.
    “Tengo que controlarlo todo para que funcione bien”.

    Hoy estoy trabajando para romper estos ciclos. Estoy volviendo a estudiar, sosteniéndome a mí misma, aprendiendo a sanar mi cuerpo y a vivir mis relaciones desde un lugar más libre, no desde el sacrificio. Entiendo que no todo lo que viví fue mío: también cargué programas heredados, pero ahora los estoy observando con más claridad y conciencia.

    Cuando me detengo a observar lo que busco comer en los momentos en que emocionalmente me siento más vulnerable, noto que me inclino hacia lo dulce: hotcakes, pan dulce, chocolate, chocomilk. Son sabores que no sólo disfruto, sino que me reconfortan a un nivel más profundo, como si por un instante pudieran suavizar lo que duele o falta. También están esas comidas cálidas y sencillas como una sopita de fideos o de letras o un caldito de frijol con arroz, que despiertan una sensación de abrigo emocional, de refugio.

    Desde la Biodesprogramación, comprendo que no se trata sólo de antojos al azar. Lo dulce suele relacionarse con el afecto, con el amor materno, con la necesidad inconsciente de ternura o de llenar vacíos emocionales. Es como si ese sabor intentara compensar momentos donde sentí que me faltaba dulzura en la vida o donde mi sistema emocional necesitó consuelo y no lo obtuvo.

    Por otro lado, los alimentos calientes, de olla, humildes y caseros, me conectan con la idea de hogar, de pertenecer, de estar cuidada. Son como un abrazo silencioso, como si cada cucharada me recordara que no estoy sola, que alguna vez alguien me sostuvo o que aún deseo que alguien lo haga.

    Creo que estos alimentos me revelan más de mí de lo que pensaba. Me hablan de mis emociones no resueltas, de lo que he necesitado en momentos difíciles y de las formas en que mi cuerpo ha aprendido a calmarme. No es solo hambre física: es hambre emocional, hambre de ternura, de contención, de seguridad. Y al darme cuenta de ello, empiezo también a buscar otras formas más conscientes y amorosas de nutrirme.

    Llegué a la vida adulta con más peso del que me correspondía. Pasé por momentos duros económicos, emocionales, familiares, y de salud que me hicieron madurar de golpe en ciertos aspectos, pero también me dejaron algunas heridas, dudas y miedos que ahora estoy intentando entender y sanar.

    Diría que me tocó madurar a la fuerza en muchas cosas, tomar responsabilidades que no siempre fueron justas, y acostumbrarme a postergar mis propios sueños por circunstancias que no estaban dentro de mi control. A veces siento que crecí más para sobrevivir que para disfrutar.

    Pero también llegué con una sensibilidad que no cambio por nada. Con una conciencia distinta, con empatía, con una fuerza silenciosa que me sostiene. No llegué como me hubiera gustado, ni con las herramientas que merecía, pero llegué. Y eso también tiene mérito. Aún con dudas, cansancio o heridas sigo aquí, con ganas de vivir diferente, de sanar, de construir algo mejor y más justo para mí

    Creo que mi tipo de apego es ansioso-ambivalente porque en mis relaciones cercanas experimento una mezcla de necesidad de conexión y miedo al rechazo o abandono. Me afecta mucho cuando siento distancia emocional con las personas que quiero, y a veces me cuesta expresar mis necesidades por temor a incomodar o alejar a los demás.

    Por ejemplo, cuando tuve una conversación incómoda con mi novio, terminé sintiéndome culpable y preocupada por haberlo alejado, aunque en realidad solo estaba expresando algo que me hacía sentir insegura. También, cuando descubrí una infidelidad, en lugar de alejarme de inmediato, quise construir acuerdos para mantener la relación, lo que refleja mi necesidad de seguridad y estabilidad en mis vínculos, afortunadamente salió bien, pero claro, cuesta todavía retomar del todo la confianza.

    Además, he notado que en ciertas situaciones, como con mis padres y mi educación, me ha costado exigir lo que necesito, aunque en el fondo me frustre no obtener respuestas claras. Esto puede estar relacionado con un patrón en el que, a lo largo de mi vida, he sentido que hay aspectos importantes que no dependen completamente de mí, como mi regreso a la universidad, lo que ha reforzado la sensación de incertidumbre y falta de control.

    Creo que este apego pudo surgir en mi infancia y adolescencia por la manera en que aprendí a relacionarme con el afecto y la estabilidad emocional. Tal vez crecí en un entorno donde el apoyo o la presencia emocional no siempre fueron consistentes; es decir, a veces me sentía segura y cuidada, pero en otros momentos podía haber incertidumbre. Esto pudo hacer que desarrollara la necesidad de buscar reafirmación constante en mis relaciones y temer que, si expreso demasiado lo que me molesta o lo que necesito, puedo alejar a los demás.

    El ejercicio me ayudó a identificar una emoción con la que he lidiado desde hace mucho tiempo: la frustración. Siempre he sentido que estoy en una lucha constante por alcanzar lo que quiero, pero hay barreras externas que se interponen y, con el tiempo, eso ha generado en mí un profundo sentimiento de impotencia y agotamiento. Durante el ejercicio, me di cuenta de que esta frustración en realidad engloba otras emociones, como el enojo y la tristeza, porque detrás de ella hay una sensación de injusticia y pérdida de control.

    Me di cuenta de que muchas veces he sentido que mi destino no está en mis manos, como no pude regresar a la universidad que amaba por razones fuera de mi control. He cargado con esta sensación de estar atrapada, de querer avanzar pero no poder, lo que me ha llevado a somatizar mi estrés en mi salud. También, durante el ejercicio, comprendí que está frustración tiene raíces en mi infancia y en mi historia familiar. Crecí con la idea de que debía esperar, de que las cosas dependían de otros y que mi esfuerzo no siempre garantizaba resultados.

    Cuando ordené mis emociones de la más presente a la menos accesible, el miedo apareció como la segunda. No el miedo superficial, sino ese temor profundo a que el tiempo pase y no logre todo lo que quiero. A veces me siento en una carrera contra el reloj y, cuando no avanzo como quisiera, me inunda la desesperanza. Me di cuenta de que esto también impacta mi forma de relacionarme con los demás. En ocasiones, me cuesta confiar en que las personas estarán para mí, porque en el fondo he sentido que, en momentos clave, he tenido que sostenerme sola.

    Después vino la tristeza. Es una emoción que a veces trato de evitar, pero está ahí cuando pienso en todo lo que no ha salido como esperaba o en las oportunidades que he sentido que se me han escapado. Aún así reconozco que el amor es una parte importante en mi vida. Me esfuerzo por construir relaciones significativas, aunque a veces temo abrirme completamente y depender emocionalmente de alguien más.

    Por último, puse la alegría. No porque no la sienta o no la experimente, sino porque me doy poco permiso para disfrutar sin sentir presión por lo que “debería” estar logrando. Muchas veces he sentido que antes de permitirme sentirme bien, debo haber “merecido” ese bienestar.

    El ejercicio me dejó claro que necesito trabajar en soltar el control sobre aquello que no depende de mí y, al mismo tiempo, empoderarme para tomar acción en lo que sí puedo cambiar. También, en aprender a darme permiso para sentir y no minimizar lo que me pasa. Me comprometo a ser más compasiva conmigo misma y permitirme avanzar sin juzgarme tanto.

    Agradezco la oportunidad de haber hecho este ejercicio porque me permitió ver con más claridad cosas que tal vez ya intuía, pero no quería enfrentar.

    He dejado atrás mas de lo que me gustaría admitir. He sacrificado sueños, tiempo y partes de mi identidad para encajar, para mantener la armonía en mis relaciones y para no sentirme fuera de lugar. A veces, he sentido que me alejaba de lo que realmente quiero por miedo a perder a las personas que quiero o quedarme atrás en la vida.

    He postergado mis propios planes, como regresar a la universidad, por circunstancias que no dependen completamente de mí, y he cargado con la frustración y la incertidumbre en silencio. En mis relaciones, he callado inseguridades o minimizado mis emociones para evitar conflictos, y aunque sé que mis sentimientos son válidos, a veces me cuesta priorizarme.

    Sin embargo, también sé que no todo está perdido. Estoy en un proceso de querer cambiar, de recuperar lo que he dejado atrás, de redescubrirme, deconstruirme, de construir relaciones y proyectos que reflejen más quién soy realmente. Poco a poco estoy aprendiendo que pertenecer no debería significar dejarme de lado.

    en respuesta a: G39 BIOPSICOLOGÍA #163293

    Desde hace algunos años, he vivido una situación que ha moldeado profundamente mi red neuronal: el no poder regresar a la universidad debido a problemas financieros familiares. Esto ha generado en mi sistema nervioso una constante sensación de incertidumbre y estrés, ya que mis sueños de desarrollo académico y personal se vieron pausados de manera abrupta. Al principio, mi red neuronal parecía programada para reaccionar automáticamente con frustración, ansiedad y hasta cierto aislamiento, pues sentía que no tenía control sobre mi futuro.

    Esta situación también impactó mi salud física, desencadenando cistitis intersticial crónica, una condición que refleja cómo las emociones no procesadas se manifiestan en el cuerpo. Mi sistema nervioso simpático permanecía en un estado de alerta constante, como si estuviera en una lucha perpetua para encontrar soluciones que no llegaban.

    Sin embargo, recientemente, comencé a hacerme consciente de este patrón inconsciente y decidí transformar mi forma de reaccionar. Aprendí a expresar mis emociones y tengo la disposición de enfrentar conversaciones difíciles, como aquellas con mis padres para buscar claridad y soluciones sobre mi futuro académico, lo cual aún me cuesta mucho trabajo, aún tengo mucho que trabajar para poder dominar eso, pero la práctica me ha estado ayudando a desarrollar una red neuronal más adaptativa, relacionada con resiliencia y la autogestión emocional.

    Ventajas:
    Forataleza emocional: He aprendido a identificar mis emociones y a trabajar con ellas en lugar de ignorarlas, lo que me ha permitido tomar decisiones más conscientes.

    Iniciativa y creatividad: Al buscar soluciones fuera de lo convencional, como emprender un negocio con unos amigos, desarrolle una mentalidad más proactiva y emprendedora.

    Cuidado personal: Mis problemas de salud me impulsaron a buscar formas de cuidar mi cuerpo y mi mente de manera integral.

    Desventajas:
    Estrés crónico: A pesar de los avances, mi cuerpo sigue mostrando señales de tensiones acumuladas, lo que me recuerda que aún hay mucho trabajo por hacer.

    Autocrítica: Muchas veces siento que podría haber hecho más, lo que puede dificultar mis logros actuales.

    Dificultad para confiar: Las experiencias de incertidumbre y falta de control ha creado una barrera para delegar o pedir ayuda, algo que estoy aprendiendo a superar.

    En resumen, esta experiencia moldeó una red neuronal que inicialmente trabajaba desde la lucha y la resistencia, pero que ahora busca crecer desde la conciencia, el autocuidado y la búsqueda de soluciones.

    en respuesta a: G39 BIOPSICOLOGÍA #163290

    Desde hace algunos años, he vivido una situación que ha moldeado profundamente mi red neuronal: el no poder regresar a la universidad debido a problemas financieros familiares. Esto ha generado en mi sistema nervioso una constante sensación de incertidumbre y estrés, ya mis sueños de desarrollo económico y personal se vieron pausados de manera abrupta. Al principio, mi red neuronal parecía programada para reaccionar automáticamente con frustración, ansiedad y hasta cierto aislamiento, pues sentía que no tenía control sobre mi futuro.

    Esta situación también impactó mi salud física, desencadenando cistitis intersticial crónica, una condición que refleja cómo las emociones no procesadas se manifiestan en el cuerpo. Mi sistema nervioso simpático permanecía en un estado de alerta constante, como si estuviera en una lucha perpetua para encontrar soluciones que no llegaban.

    Sin embargo, recientemente, comencé a hacerme consciente de este patrón inconsciente y decidí transformar mi forma de reaccionar. Aprendí a expresar mis emociones y tengo la disposición de enfrentar conversaciones difíciles, como aquellas con mis padres para buscar claridad y soluciones sobre mi futuro académico, lo cual aún me cuesta mucho trabajo, aún tengo mucho que trabajar para poder dominar eso, pero la práctica me ha estado ayudando a desarrollar una red neuronal más adaptativa, relacionada con resiliencia y la autogestión emocional.

    Ventajas:
    – Forataleza emocional: He aprendido a identificar mis emociones y a trabajar con ellas en lugar de ignorarlas, lo que me ha permitido tomar decisiones más conscientes.

    – Iniciativa y creatividad: Al buscar soluciones fuera de lo convencional, como emprender un negocio con unos amigos, desarrolle una mentalidad más proactiva y emprendedora.

    – Cuidado personal: Mis problemas de salud me impulsaron a buscar formas de cuidar mi cuerpo y mi mente de manera integral.

    Desventajas:
    – Estrés crónico: A pesar de los avances, mi cuerpo sigue mostrando señales de tensiones acumuladas, lo que me recuerda que aún hay mucho trabajo por hacer.

    – Autocrítica: Muchas veces siento que podría haber hecho más, lo que puede dificultar mis logros actuales.

    – Dificultad para confiar: Las experiencias de incertidumbre y falta de control ha creado una barrera para delegar o pedir ayuda, algo que estoy aprendiendo a superar.

    En resumen, esta experiencia moldeó una red neuronal que inicialmente trabajaba desde la lucha y la resistencia, pero que ahora busca crecer desde la conciencia, el autocuidado y la búsqueda de soluciones.

    Porque el colágeno es un componente esencial de las estructuras que forman articulaciones como el cartílago, los tendones y ligamentos. El cartílago, en particular, está compuesto en gran parte por un tipo de colágeno que le proporciona resistencia y elasticidad, permitiendo que las articulaciones soporten el peso y el movimiento sin desgastarse fácilmente.

    Cuando el cartílago se deteriora, como ocurre en condiciones como la artrosis, su capacidad para amortiguar y proteger los extremos de los huesos disminuye, causando dolor y limitación en el movimiento. Aunque el cuerpo produce colágeno de manera natural, esta producción disminuye con la edad o por ciertos factores como lesiones, sobrepeso o enfermedades.

    Los suplementos de colágeno buscan estimular al cuerpo a regenerar las fibras dañadas, fortalecer los tejidos articulares y reducir la inflamación. Además, los aminoácidos que se liberan al digerir el colágeno son reutilizados por el organismo para reconstruir las zonas afectadas.

    Por eso, el colágeno no solo se relaciona con las articulaciones desgastadas, sino que también es considerado una herramienta clave para mantener la funcionalidad y calidad de vida en personas con problemas articulares.

    Para vivir en plenitud utilizando la información de la Cuarta y Quinta Ley de Hamer, podemos enfocar nuestra vida en tres pilares: comprensión biológica, gestión emocional, y conexión con el cuerpo.

    1. Comprensión Biológica: Conocer cómo los microbios y el cerebro interactúan para restablecer el equilibrio corporal cambia la percepción de la enfermedad. Al entender que los síntomas pueden ser señales de un proceso de sanación o adaptación, es posible disminuir el miedo y enfocarse en apoyar el proceso de recuperación de manera consciente, sin verlo como un fallo sino como una respuesta natural del cuerpo.

    2. Gestión Emocional y Conflictos: La biodesprogramación nos enseña que los conflictos emocionales y los pensamientos influyen en la salud. Identificar, comprender y liberar los conflictos puede reducir el impacto negativo en el cuerpo. Esto implica un trabajo de autoconocimiento, aprender a manejar el estrés, buscar soluciones para los conflictos y adoptar una actitud de autocompasión.

    3. Conexión y Escucha Activa del Cuerpo: Al adoptar una actitud de escucha hacia el cuerpo y sus señales, podemos tomar decisiones más alineadas con nuestra salud física y mental. Esto significa practicar hábitos de vida saludables, darle prioridad al descanso y cuidar la alimentación y el movimiento, comprendiendo que estos factores también influyen en el proceso de recuperación.

    En conjunto, este conocimiento permite afrontar los desafíos y enfermedades con una perspectiva de aprendizaje y adaptación, promoviendo un estado de bienestar que surge de la aceptación, la comprensión y el autocuidado. Vivir en plenitud no implica evitar los problemas, sino aprender a abordarlos de una forma consciente y constructiva.

    en respuesta a: M2 G39 #152687

    Si la Medicina Germánica fuera validada y adoptada masivamente, uno de los principales riesgos para la medicina oficial sería el cuestionamiento de su enfoque tradicional basado en diagnósticos y tratamientos estandarizados. El enfoque de la medicina Germánica, que se centra en la autocomprensión y en cómo las emociones y percepciones influyen en la salud, podría desviar la atención del tratamiento farmacológico hacia una prevención más holistica y emocional. Para el sistema de salud convencional, que depende en gran parte de la industria farmacéutica y de tratamientos físicos, esto significaría una menor demanda de medicamentos, lo que afectaría tanto la economía de los laboratorios como la relación médico-paciente.

    Además la validación de este medicina implicaría que las personas empezarán a tomar un rol más activo en su propia salud, disminuyendo su dependencia de los sistemas sanitarios tradicionales. Aunque la NMG podría complementarse con la tradicional (opción que personalmente considero más factible) no sería conveniente para las grandes potencias que se benefician del modelo actual.

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